La de ayer fue una jornada muy especial en la escuela infantil Bicos de Pontevedra. Profesoras y niños reciben por primera vez la visita de miembros de la protectora Os Palleiros. Su presidenta, Gloria Cubas, y la voluntaria Paula Graña llegan puntuales al centro ubicado en la calle Arzobispo Malvar. No vienen solas, sino bien acompañadas de dos cachorros, Rubio y Tolka, y de un perro abuelo de 11 años, Clai. Los tres canes, con sus correas.
Carolina, la directora de Bicos, explica que se pusieron en contacto con la protectora para colaborar debido a la saturación del refugio de Campañó. Dentro de sus actividades, Os Palleiros ofrece charlas en colegios, pero no es tan habitual que los destinatarios sean alumnos menores de 3 años. «Como son muy pequeños y además no están quietos será algo muy básico, que entiendan que un perro no puede comer lo mismo que ellos y que no es un juguete», señala Gloria, antes de subir a una de las aulas.
En la entrada de la escuela llama la atención el material que está acumulado en el frente de una pared. Junto a sacos de pienso de distintos tamaños, productos de limpieza y desinfección, collares y arneses y material de farmacia veterinaria, hay fotos de los pequeños con sus mascotas. Es un rincón donde se quiso mostrar la aportación que profesoras y familias hacen a la protectora, que estos días se ve desbordada al atender a más de 150 perros. Para llevarse todos esos productos Gloria y Paula se desplazaron en una furgoneta.
La directora comenta que ese rincón se mantendrá. «Son las fotos que trajeron con sus mascotas y ahora bajan todos los días y dicen ‘‘Este soy yo’’», desvela Carolina. La emoción se ve en las caras de los niños. «Sancho, ¿qué trajiste tú para los perritos?», le pregunta. «Una comida», responde él. Hay quien dice que «los perritos huelen mal». «No huelen mal», contesta Paula. «A ver, niños, no se puede gritar y a los animales hay que tocarlos muy suave», se afanan en detallar ante un bullicio que va en aumento. Una de las niñas acaba llorando. El berrinche dura apenas unos segundos.
La comitiva verde -de ese color visten alumnos y profesoras- se traslada al piso de arriba. Es una clase de 2 y 3 años. Los pequeños esperan sentados con la espalda pegada a la pared. De repente entran Rubio, Tolka y Clai ya sin correa y la paz se acaba. Gloria y Paula llegan con comida, que dejan en una mesa. «Como veis hemos pasado antes por el súper», les sueltan.
Empieza esta clase especial, que después se repetirá en otras aulas de la escuela para otros grupos. «La primera vez que veis a un perro hay que tocarlo por abajo, no se puede poner la mano encima porque se puede asustar y no sabemos cómo va a reaccionar», expone Gloria. Los niños ponen en práctica el consejo y vuelve la revolución. Cogen en brazos a los cachorros y más de uno recibe lengüetazos de Rubio o de Tolka. Como si la cosa no fuera con él, Clai se pasea por el aula olisqueándolo todo, pero portándose bien.
«A ver, a ver, vamos a hacer un juego. Culito a la pared. ¿Cuántos tenéis animales en casa?», pregunta Paula. Más de la mitad levantan la mano. «¿Y sabéis qué cosas pueden comer y qué cosas no?». Paula intenta poner ejemplos. «¿Veis estas galletas? Son galletas para perros, ellos no pueden comer vuestras galletas del desayuno, y tampoco pueden comer chocolate porque su estómago es diferente», subraya. «Ellos comen galletas de perro», se le escapa a Álvaro ante la risa general de los mayores. «¿Y coca-cola, ¿pueden beber coca-cola? No, los perros tienen que beber agua». Y sigue la clase práctica. «¿Os cepilláis los dientes? Pues ellos tienen unas chuches que les limpian los dientes». Un aviso cierra la sesión: «Cuando un perro está comiendo no se le toca».